lunes, 27 de febrero de 2017

Idea de persona y persona individual concreta

"Mi salud y mi fortaleza me empujan a perpetuarme. ¡Esa es doctrina de endebles que aspiran a ser fuertes; pero no de fuertes que lo son! Sólo los débiles se resignan a la muerte final, y sustituyen con otro el anhelo de inmortalidad personal. En los fuertes, el ansia de perpetuidad sobrepuja a la duda de lograrla y su rebose de vida se vierte al más allá de la muerte"

Miguel de Unamuno. "Del sentimiento trágico de la vida..."




Quería yo desde hace tiempo comentar algunas afirmaciones que Bueno esgrimía en “El sentido de la vida”. Algunas de ellas - las que más se ajustaban a una vida de persona - fueron pronunciadas durante su ceremonia fúnebre el pasado 7 de agosto en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada. 






Allí se nos dijo que el individuo muere, pero que no así la persona, ya que esta sólo fallece y que por tanto sigue viviendo en los demás. <<Tras el fallecimiento no quedan «restos personales», como sí quedan restos mortales. Esto es por lo que la persona, en cierto modo, no ha muerto, sino que sigue «viviendo» en los demás de un modo más parecido a como vivía antes de fallecer, a como el individuo subsiste después de muerto y existía antes de morir>>

Una persona es esta o aquella, con su nombre y apellidos, hijo de su padre y de su madre. Persona siendo irreductiblemente cuerpo, consciencia. Lo otro es la “idea de persona”, que por ser idea no depende enteramente del llamado sujeto corpóreo porque posee operatividad social y realidad institucional y jurídica. Pero acaso por eso, según se nos dice, la persona no muere sino que fallece, ya que morir, muere el individuo. La persona individual concreta que decía antes, con nombre y apellidos, la que pertenece a tal grupo, a tal nación y bajo una religión determinada, no es nunca una idea, porque entre aquella y esta no hay conmensurabilidad posible. Otra interpretación sobre este párrafo sería la que se refiere a la fama y a la influencia que los personajes ilustres se procuran una vez muertos por medio de las obras realizadas en vida. Sin embargo, este no es el caso de la inmensa mayoría y por tanto debemos tratarlo como un asunto de "élites". Y una más - que acaso sea como cree algún iluso - aquella que consiste en perpetuarse en la especie por medio del linaje propio. Ilusión esta que más cómica no puede ser porque lo que se perpetúa no es la persona individual concreta, sino la misma especie por medio de lo social e histórico, y así, por recurrencia, volveríamos otra vez al párrafo que ha desencadenado esta mi crítica. Unamuno solía atacar a Nietzsche y su vuelta eterna diciendo que él no se acuerda de esas infinitas y eternas vueltas y retornos y así estamos ante este problema.   







 A mi juicio, en "El sentido de la vida", la persona - aún teniendo en cuenta la tradición de la Santísima Trinidad en todo su peso - mayor sin duda que los factores culturales, sicológicos o de otro cariz según señala el autor - será en última instancia y en cierto modo (tal es mi interpretación) deudora de la idea griega (personare) ya que al no quedar enteramente dependiente del cuerpo individual - pues puede desligarse lo mismo que la máscara (proposon) quitarse - afirmará por ello que <<sigue «viviendo» en los demás de un modo más parecido a como vivía antes de fallecer, a como el individuo subsiste después de muerto y existía antes de morir>>. Las ideas, aquello con lo que opera la filosofía, no son reductibles enteramente a nadie en concreto.


Bien advierto que a pesar de consistir en una afirmación relativa o vinculada a otra en sentido negativo, no por ello se explicita que siga viviendo la persona como si no hubiera fallecido, aun si bien, prácticamente sí. Y es que en verdad constituye un exceso filosófico echar mano de estas disquisiciones cuando en realidad tal o cual persona al morir... pues eso, que muere individuo, persona y todo y que no anda precisamente viviendo por ahí en los demás. No se puede desligar la persona del cuerpo, pero tampoco del yo y de la consciencia. Sobre esto último Pascal dejó escrito que el yo es odioso, a lo que se le podría responder que salvo casos, más odioso es no tener una mínima economía de sí mismo, ¡tanto! como para no ver que la más fundamental de todas sea el anhelo de inmortalidad y vida eterna. Y ahí tenéis a Espinosa y a Epicuro pensando lógicamente la muerte como si fuera un par antitético con la vida. ¿No es acaso ese vivir en los demás una licencia de la filosofía cuando todo se le vuelve idea, siendo así incapaz de advertir que nada de lo que plantea de esta forma tiene que ver con las personas concretas que habitan en este mundo?. Pero dejemos a los personajes ilustres viviendo donde les plazca que para eso influyen, más este no es nuestro caso. Y no hará falta que diga que mucho antes de que el cuerpo se descomponga ya la persona concreta murió, antes incluso que el cuerpo. Pero si de especular con la inmortalidad tratamos, también podemos aducir en favor del cuerpo que este no muere, sino que se disuelve en la tierra pasando a formar parte de los elementos químicos por ejemplo. Seguramente que a alguien le sonará a desatino esta idea, pero no menos me parece a mí el párrafo que nos ocupa.

 Porque conjugar aquí es un imposible, esto es, una apariencia de persona individual concreta supeditada a su vez a la idea de persona. Porque desde una perspectiva católico cristiana (tal es desde la que me sitúo), no será la filosofía (cualquiera que esta sea) la que pueda contener a la persona individual concreta sin antes prescindir del sujeto corpóreo (idea de persona), sino que será acaso por medio de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad vinculada íntimamente  a una escatología determinada y cuyo "eschatos" no será otra cosa que la resurrección de la carne. Esto es fundamental, porque si la idea de persona es como una segunda naturaleza para la perspectiva filosófica, en modo alguno lo es para el cristianismo católico. ¡Ni puede serlo! Para la Iglesia de Roma, "la persona" no es una idea sino la misma encarnación de Dios, el Logos unido irresolublemente al cuerpo y el cuerpo al Logos. Dios hecho hombre. El sentido de la vida aquí (y tal es el materialismo católico) no trata tan sólo de almas sino de cuerpos. Dicho más rápidamente; el sentido de la vida compete absolutamente al cuerpo. La redención contra el pecado, el sufrimiento y la muerte. ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria? (Coríntios 15). Por lo tanto, tampoco será la proyección hacia "los demás" de esta persona a la que se alude en el párrafo (idea de persona) la que concierna a la persona individual concreta, sino más bien (desde mi perspectiva) la escatología católica de la vida eterna y la resurrección de la carne. 

La expresión “los demás” tiene que ver aquí con la forma de existir de la idea, que es “lo general” (sin menoscabo de acotar mejor o peor cada campo) y es por ello que en puridad deba referirse a un “los demás” enteramente indeterminado e igualmente general. Me permito la siguiente metáfora. De quién se dice que fallece, este, no sería nada más que la sombra que la idea proyecta al iniciar el vuelo hacia los demás, esto es, antes de seguir manteniendo su vigencia institucional. Porque, ¿qué resta tras la muerte de cualquier persona?, la sociedad de personas. Por lo tanto, tenemos que tal o cual persona concreta no sigue viviendo, sino que a pesar de su muerte (y de ahí que se diga fallecer) es la idea de persona como institución la que continúa “viviendo”, esto es, la que continúa vigente institucionalmente en los demás. Cosa que el que escribe esto no niega en absoluto. Pero claro, que no será esta concreta a la que me refiero, sino la idea de persona en su lugar. Y si no puede seguir viviendo será sencillamente porque el individuo, el sujeto corpóreo ha muerto. Otra cosa distinta será que a escala sicológica sus familiares y amigos le puedan rememorar, no sin renunciar a menudo a imágenes en las que el sujeto corpóreo se mantenga presente por medio de fotos, vídeos o pinturas.    

Con estas matizaciones no pretendo en modo alguno confrontar la raíz cristiana de persona con cualquier consideración de carácter social (laica si se quiere en sentido no eclesial pero tampoco anticlerical) sostenida al modo histórico jurídico por ejemplo. Al contrario, ya que la instauración jurídica de persona sería un reconocimiento del origen cristiano de persona y no su fundación por así decir ex nihilo. Tampoco debe verse como un maniqueísmo en el sentido de contraponer la persona en sentido cristiano con la necesidad de la sociedad de personas como requisito imprescindible para llegar a serlo, ya que según la perspectiva que utilicemos, no es menos cierto que no se puede otorgar o reproducir lo que en su origen se instituyó de tal o cual forma como si se hubiera dado por otra vía. Llegados a este punto, lógicamente, la Iglesia Católica no puede dar paso a consideraciones de índole histórica y social sobre "la persona" que discriminen por el camino la base teológica irrenunciable de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en virtud de la cual, la persona es considerada criatura o hija de Dios. El problema más bien yo lo enfocaría - con respecto al sentido de la vida - en que los presupuestos teológicos e histórico sociales se bifurcan radicalmente al considerar la distinción entre "idea de persona" y "persona individual concreta" o mismamente entre la filosofía y la teología revelada. Una, materialista, como es nuestro caso, proyectada sobre la proliferación histórica de generaciones que se van constriñendo en forma de poder político y moral unas sobre otras (la vía de la inmortalidad social e histórica o fama) y otra en la que la idea de persona, sin menoscabo de continuar institucionalizada, quedaría relegada acaso por secundaría para dar así énfasis a la persona individual concreta, objeto de la escatología, pues persona concreta se hizo Dios en su Hijo unigénito Jesucristo. No se juzgue todo este pequeño ensayo mío - acaso no más que desatinos - como una oda al individualismo, porque, ¿qué más social que el catolicismo y el Dios Trino?



Ninguna persona puede definir "el sentido de la vida”, a no ser como una forma de hablar cuya razón práctica tendrá que ver con una actividad desempeñada a lo largo de la misma; “la pesca es mi vida” o “el derecho es mi vida”. Aquí, sin duda, se apela a un sentido que puede atravesar de parte a parte la biografía de una persona. Sin embargo, por lo que se refiere a nuestra relación y lugar con respecto al Universo y ante la cuestión sobre “qué es el hombre” nada podemos decir. Concluyo que el problema no es filosófico sino religioso y ello sin menoscabo de las conexiones evidentes entre el catolicismo y la filosofía.  

La distinción que he propuesto en este pequeño artículo, se apoya bajo un presupuesto: que el denominado sentido de la vida sea en sentido religioso precisamente para personas individuales concretas y ello, sin prejuicio, por supuesto, que puedan escribirse tratados de filosofía moral al respecto pero bajo desconexiones parciales con respecto a la religión católica. Sin embargo, ante los contenidos del cristianismo católico, dichos tratados no pasarán de cumplir una función ética y moral sin duda importante para el bien de la polis. Cosa que de ser así, ya sería mucho. Como ha quedado de manifiesto, disiento de la tesis de Bueno por incurrir esta en un exceso filosófico - por demás perfectamente alineado con su sistema - acerca de una cuestión irreductible tanto por vía social como histórica. Ni que decir tiene que nada de esta cuestión está sustentada por un "estar en posesión" de la fe en Dios por mi parte. Esto resultaría totalmente irrelevante, pero no así esta pequeña crítica al exceso filosófico ante la muerte en la que incurre Bueno. Tampoco este mi desencuentro supone que el mismo pueda llevar aparejada una negación frontal y total de su filosofía en nombre del cristianismo, entre otras cosas porque dicha obra participa del racionalismo griego tan constitutivo a su vez del catolicismo. Gustavo Bueno ha sido mi mayor acicate filosófico. Siempre que tengo ocasión incito a aquellos que no le conozcan a que se inicien en su importante obra. Por mi parte, nada más he pretendido hacer que transitar por una línea muy fina en sentido filosófico, si bien, mirando hacia la fe católica porque se trata de una tradición que se ajusta más que ninguna otra a la persona individual concreta. Tampoco deben verse mis objeciones como una sustancialización de una figura poética que el profesor se haya podido permitir (conociendo a Bueno cabe descartarlo) ya que semejante cuestión para quien esto suscribe no deja lugar alguno a licencias poéticas ni metafóricas. Sencillamente lo he tomado en todo su peso. Mi enfoque es radical como ha quedado suficientemente manifiesto. Dicho lo cual, habría que concluir que los hombres no pueden darse el sentido de la vida a sí mismos. Un asunto este que mutatis mutandis, tiene ocupados a la práctica totalidad de los estados del bienestar bajo el mito de la felicidad y que fundamentalmente (a pesar de las múltiples acepciones de felicidad y de aquí el mito) queda caricariturizada bajo una serie de procedimientos técnicos y sicológicos simplistas y burdos. Y efectivamente, como decía Atilana Guerrero en su magnífica exposición sobre la filosofía de Bueno hace pocas fechas, pues eso, que no cabe conformarse con las migajas...  


Castro Urdiales, febrero de 2017.


































domingo, 14 de agosto de 2016

De un español sobre Gustavo Bueno


Una auténtica catarata de semblanzas, artículos y obituarios se han publicado durante toda esta semana con motivo de la muerte de Don Gustavo Bueno. Como ha quedado constatado a juzgar por la cantidad ingente - en la prensa de papel, en las televisiones, radios  y por Internet - su “fama” rebasaba totalmente el círculo más cercano que en principio podría ser el “gremial”, el de la filosofía administrada. Un ámbito, el universitario, en el que como solía decir, unos colegas escriben para los otros colegas.  Sin duda que tal salto a la arena pública fue buscado y además plenamente justificado debido a su propia concepción de la filosofía: implantada, académica, estricta y pública… contra la filosofía administrada, espontánea, exenta dogmática e histórica. Y no me cabe duda que el detonante de su incursión mediática fue esta nuestra España maltrecha y agónica junto a otras cuestiones muy pertinentes sin duda. Ahora sabemos positivamente que era muy conocido y además podemos especular sin temor a equivocarnos, que leído menos y entendido quizá casi nada. En “El papel de la filosofía en el conjunto del saber”, nos habló críticamente de “lo edificante” y eso es justo lo que nunca fueron ni su filosofía ni él mismo, edificantes en el sentido de complaciente. Se imponía por pura necesidad y razón el zarandeo, la bronca, la pelea - en suma - la dialéctica sin la cual la filosofía se convierte en exenta, en perro muerto. No, no fue Don Gustavo jamás edificante en el sentido ya señalado, fue triturador (ojo, no nihilista como algún disidente de la disidencia ha preferido ver) fue partidario del deshacer más que del directo hacer, ya este hacer, a mi juicio, no sería otra cosa que seguir edificando sobre los mitos oscuros y las ideas confusas tomadas por evidentes que nos rodean y envuelven.






Por tomar el ejemplo más a la mano que tengo, yo mismo soy un caso de no pertenencia a la filosofía administrada, con un oficio o una procedencia distinta por tanto. Con esto pretendo decir no más que filósofos somos todos, porque la filosofía está en el mundo, está dispersa en el ambiente, porque como decía Don Gustavo es imposible no tener alguna desde cierto grado de desarrollo civilizatorio a no ser se sea un chimpancé. Hablar en español implica necesariamente filosofía y tan sólo los beocios creerán que se puede vivir al margen de la misma. En este mismo sentido, la potencia del español como lengua de filosofía, la filosofía en español (que no exactamente española) le debe a Bueno haber ganado precisamente en potencia y rigor sin suponer por ello simple filología. Y estas fueron algunas de tantas y tantas luchas; hacer ver que la filosofía en modo alguno se reduce a la administrada, que ni la inventa, ni le pertenece, ni puede quedar recluida a sus cuatro paredes, y ello, aún siendo la universidad una institución muy importante dentro de la vida nacional. Gustavo Bueno fue un filósofo que continuó la tradición platónica (la académica) de arraigo geométrico. La Academia perfectamente localizable en la Escuela de Filosofía de Oviedo.






¿Qué pretendió Bueno al menos de una manera más inmediata y apremiante? Que no nos extraviáramos entre tanto mito, entre tanta ideología brumosa tomada por evidente, porque de ello dependía y depende todavía nuestra persistencia histórica como nación. Y así, los males de España alguien pudiera pensar que los abordó por separado, aún estando como están en solidaridad contra la misma: Democracia, Felicidad, Izquierda, Derecha, Cultura, el Aborto… Me interesé por su filosofía por una preocupación previa, entré en ella por una causa: España. No lo hice por un deseo difuso de saber, sino por profundizar en una cuestión concreta (a pesar de suponer muchísimas más por medio del Imperio, cosa que después pude saber) y en la que como ciudadano y patriota me encontraba inmerso con grandes limitaciones. Ese estrecho horizonte lo agrandó Bueno con “España frente a Europa” tras las famosas entrevistas de Dragó en TVE. Y una vez que seguí interesándome por su obra, los otros, los intelectuales, se me iban haciendo cada vez más y más simplistas, vacíos… impostores.



Conocí a Bueno en persona en dos breves ratos. Me pareció tal y como cuentan los discípulos que tuvieron la suerte de tratarle mucho más: cercano, amable, atento. Con una vocación al servicio de sus compatriotas y conciudadanos evidente y palpable. En las dos veces que hablé con él, en ambas quiso saber mi nombre y en una de ellas me preguntó si escribía, yo le contesté que no y él me respondió: “anímese”. Y esto es lo que he intentado hacer en estas breves líneas, escribir algo sobre la importancia de Bueno para la filosofía en español y por qué no decirlo, también para mí. Al tiempo que su muerte me incita a estudiar su obra más en profundidad. ¿Qué me ha dado de momento? Poder ser menos idiota que antes, cosa que no es poco y por la que le estoy muy agradecido…

  

                                                                                      Castro Urdiales, Agosto de 2016.



  

viernes, 8 de julio de 2016

El Complejo de Kirillov



<< Si Dios no existe, yo soy Dios. Si Dios existe toda la voluntad es suya y yo no puedo escapar de su voluntad. Si no existe, toda la voluntad es mía y yo estoy obligado a mostrar mi libre albedrío.

¿Y por qué está usted obligado a mostrarlo?

Porque dispongo plenamente de mi voluntad. ¿No habrá nadie en todo el mundo que rechazando a Dios y creyendo en el libre albedrío, ose demostrarlo en toda su integridad? Yo quiero poner de manifiesto mi voluntad. Aunque sea yo sólo, lo haré. Me creo en la obligación de pegarme un tiro, porque el punto culminante de mi libre albedrío consiste en suicidarme >>
 

"Los Demonios". Fiódor Dostoyevski.  


 El pasado día cinco se suicidó Antonio Aramayona, profesor de filosofía y socio de las asociaciones ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana), "Europa laica" y "Derecho a morir dignamente". Definido entre sus correligionarios como un librepensador, influyó ideológicamente en Pablo Echenique; secretario de organización de Podemos y secretario general del mismo movimiento en Aragón.

En su blog, publicó una carta dejando constancia de las razones que le iban a llevar a terminar con su vida:


Al igual que su pupilo Echenique, tuvo la desgracia de caer en una silla de ruedas, pero al parecer, la decisión de quitarse la vida, no respondió según testimonio propio, ni a una enfermedad degenerativa ni a ninguna aflicción del espíritu o depresión.

Lo primero que llama la atención es que el término suicidio no parece estar determinado en el contexto general de la carta y sí más bien el de eutanasia a juzgar por la jerga empleada. A ello habría que añadirle - como se dijo anteriormente - la afiliación del suicida a la asociación “Derecho a morir dignamente”. El suicidio estaría considerado aquí como una suerte de procedimiento formal, como un simple medio accidental en pos de la institucionalización de la eutanasia o del “bien morir”.

 La preponderancia del suicidio supondría librarse de algún mal personal, sería la muerte negativa y exenta de libertad, condición tan usual por otro lado en la reivindicación de la eutanasia. Pero no, aquí de lo que se trata es de representar simplemente el puro ejercicio de la libertad para morir fundado en un derecho inalienable al parecer. Sin que quede explicado de dónde salió el de nacer, ni cual fue la libertad de elección a tales efectos. Como decía, se trata de la demostración y de la muestra de la voluntad de poder hacerlo y consumarlo. Se trata de un hecho pretendidamente trascendente, al cual, de ningún modo podría servir la significación de suicidio. En definitiva, una voluntad estrictamente suicida en nombre de la libertad quedaría en una posición irrelevante.


 La vocación del suicida como referencia ética e ideológica entre sus afines, parece evidente a poco que se indague en el contenido de sus despedidas. Por eso mismo, sus conductas y creencias estarán delineadas por la ejemplaridad hacia sus acólitos y en consonancia por tanto, con el colofón final de su muerte como una vida plena de coherencia y verdad.

Remito, por ejemplo, a un artículo de despedida publicado en “El Huffington Post”:  

http://www.huffingtonpost.es/fernando-soler-grande/hasta-siempre-hermano_b_10837086.html por un tal Fernando Soler Grande, médico y vocal de “Derecho a morir dignamente”.

También a su página en la red social facebook https://www.facebook.com/antonio.aramayona donde unos fervientes seguidores le rinden homenajes y despedidas bajo los más excelsos calificativos.  

Suponemos, todos ellos votantes, militantes o simpatizantes de Podemos, los cuales, ante las razones más delirantes esgrimidas en la carta, no se han parado en barras a la hora de homenajearle por su “...mi derecho inalienable a disponer libre y responsablemente de mi propia vida”. Suponemos que se trata de un derecho contra los virus, el tráfico rodado, los misiles, la explotación capitalista, los tumores o algún demiurgo - y también - de la irresponsabilidad de las demás existencias humanas que no hayan actuado del mismo modo. 

 Que un sujeto sano se quite la vida tras reflexiones y meditaciones (me suicido luego existo) sencillamente porque quiere demostrar que puede y quiere hacerlo, sin más razón que su ser libre para la muerte, implica un uso delirante y monstruoso de la libertad y de la voluntad, además de una responsabilidad a todas luces imposible de ejercer. Pero ya Séneca se refirió a la maldad para juzgar el suicidio del hombre sano.  
      
Se exhibe una mezquina “libertad de” al servicio de una voluntad que supone la propia destrucción. Un acto así denota únicamente un grado de endiosamiento individualista absoluto. ¿Qué jerarquía, dominio ideológico y degeneración se han impuesto para celebrar un acto así? Porque aquí no vale la libre voluntad de cada cual como justificación, ni la equidistancia tampoco y menos el respeto, ya que los vergonzantes argumentos para justificar su acto obligan a posicionarse.

 Sólo quien se toma por un esclavo de su cuerpo como prisión del alma, convencido de que esta debe volar lejos del mundo hacia una vida de ultratumba, podría entregarse a semejantes abstracciones metafísicas. Pero tal es al parecer lo que celebran sus correligionarios junto al respeto que les merece matarse apoyándose en tan delirantes y desquiciados argumentos. ¿De qué se tiene que responsabilizar nuestro suicida una vez muerto?, ¿acaso se va a responsabilizar en el más allá?. Y es que a falta de pelotones de fusilamiento por motivos ideológicos, buenos son los que se suicidan o se matan a sí mismos como ejemplo de autenticidad ideológica hacia sus afines coterráneos. Y estos dirán, de hecho así lo interpretan; "si ha decidido acabar con su vida basándose en una serie de ideas, si ha sabido ser fiel a ellas hasta darse muerte, ¿cómo no iba a estar en lo cierto ideológicamente mientras vivió?, ¿cómo acaso no nos iba a obsequiar con sabias doctrinas, tan coherente y resuelto maestro?" Y tal es lo que algunos podemitas extraen, a juzgar por lo que he visto.